Violencia y medios: una primera reflexión

Manuel Alejandro Guerrero • Universidad Iberoamericana

Con base en las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), el primer bimestre de 2019 contabiliza 5,803 personas asesinadas, lo cual lo convierte en el más violento del que se tenga registro en México. Lo curioso es que, a pesar de ello, la percepción generalizada no termina de empatar con lo escandaloso de las cifras y con el hecho de que en México mueren semanalmente más personas asesinadas de lo que lo hacen en las principales zonas de conflicto y guerra del planeta, lo que se traduce en una macabra normalización de las violencias cotidianas y, por tanto, en una baja exigencia de rendición de cuentas de la población hacia sus autoridades.

Una parte de la explicación podría muy bien deberse a que, para un numeroso sector de la población, el cambio de gobierno significa dar oportunidad y tiempo a esta nueva administración de hacer los ajustes necesarios ante una situación desastrosa heredada de la corrupción e ineficacia de los gobiernos anteriores. Sin embargo, otra  parte podría encontrarse en el papel que han jugado los medios de comunicación en la cobertura de la violencia en México, pues según datos de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del INEGI, a pesar de que 2018 ha sido el año más violento en la historia moderna del país desde la Revolución (de nuevo con base en datos del SESNSP hubo 34,202 asesinatos), la percepción mejora a partir del primer trimestre de 2018, al tiempo que los asesinatos van en aumento.  

En los estudios de comunicación, los enfoques basados en la teoría del encuadre muestran con toda claridad que la constante exposición a determinada dieta mediática y a la forma en que los medios presentan la información termina por incidir en la manera en que las personas entienden los temas, evalúan las situación y actúan en consecuencia. El asunto tiene que ver con el tipo de información al que se tiene acceso. En el caso de la violencia en México, nadie podría decir que está ausente de la cobertura mediática cotidiana, pero la cuestión es de qué manera se presenta. Aquí tenemos tres tendencias muy evidentes: la primera (dominante y mayoritaria en los medios audiovisuales), es a través de las menciones al número de asesinatos y al lugar en donde se cometen estos sin mayor explicación ni contexto que el recuento de muertos en determinada población y, en todo caso, la referencia de soslayo sobre los
posibles perpetradores. Este tipo de menciones ocurren en medio de otras de diferente naturaleza, como el precio del dólar frente al peso y la última acción de alguna celebridad. Es decir, sin contexto, investigación y, desde luego sin seguimiento posterior. El segundo tipo de tendencia “informativa” (dominante en medios impresos “serios”) es la nota, en la que se destaca igualmente el lugar y número de personas asesinadas, usualmente acompañada de una breve opinión de la autoridad responsable de manejar el caso. De nuevo, se carece de seguimiento, de investigación y se descansa en la declaración de las autoridades locales. Y finalmente, la tercera tendencia es la que se hace en los tabloides urbanos en los que se destaca la fotografía dramática en la primera plana al lado de un encabezado que busca siempre el doble sentido que, con mucha frecuencia lleva connotaciones sexuales, y termina por abonar más al morbo que a la necesidad de informarse.

En cualquiera de los tres casos, el efecto no resulta en una población más y mejor informada, pues no existe una narrativa, un contexto y una explicación profunda sobre los fenómenos de violencia, sino colecciones de estampas brutales y dramáticas sin contexto que abonan al sentimiento de estrés, incertidumbre, intolerancia y desconfianza colectiva y hacia las instituciones. Es decir, este tipo de cobertura sólo abona a desestructurar la cohesión social y la confianza institucional, sin obtener un reclamo organizado de mejor exigencia pública, responsabilidad y rendición de cuentas.